Las últimas noticias sobre las arquitecturas hostiles o
''defensivas'' de las llamadas ciudades rígidas nos demuestran la sutileza con
la que se pueden llevar a cabo acciones llenas de violencia y rechazo hacia
otros colectivos de personas o simplemente contra la libertad en el espacio
público.
La creatividad de algun@s dedicada a crear no-objetos,
diseñados para aquello que no se debe hacer con ellos, son un ejemplo de la
cultura del miedo y una apuesta por el control y la muerte de la espontaneidad
en el espacio urbano. Podemos ver desde bancos individuales, estaciones de bus
concebidas para personas de edad, estatura y peso medio, sin ninguna
discapacidad y hasta dispositivos que emiten sonidos sólo audibles para jóvenes
de entre 13 a 25 años, para persuadirlos de sentarse en nuestro portal.
Todos estos ejemplos son un espejo de la sociedad en la que vivimos. Denotan el miedo al desconocido y la reducción de la calle al simple transito entre tienda y tienda, para poder parar, como mucho, en la terraza de algún bar-restaurante, que como buen negocio paga y genera beneficios sí pueden invadir el espacio público para un beneficio privado.
Al fin y al cabo, son mecanismos que moldean las formas de relacionarnos con nosotros mismo y con los demás, desconocidos o no, y van generando nuevos escenarios que, aunque con más sombras que luces, no dejan de ser hackeables por aquellos que no renuncian a un espacio público donde todo acontecimiento sea posible, y donde se pueda escapar del control.
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